Sunday, September 10, 2006

"LA FRONTERA EN LA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS: UN BALANCE EN TORNO A SU SIGNIFICACIÓN"


YENI CASTRO PEÑA*

El tema de “frontera” es un asunto ligado a la historia del Oeste de los Estados Unidos de Norteamérica. Este vínculo no es casual y data de uno de los primeros estudiosos de la frontera norteamericana, nos estamos refiriendo a Frederick Jackson Turner, quien usaba los términos frontera y oeste de manera indistinta. Sin embargo, a medida que los estudios historiográficos han ido avanzando y pueden percibirse diferentes tendencias para el tema en cuestión, los académicos han intentado ser más específicos, tratando de deslindar el estudio de la frontera del estudio del oeste norteamericano.
Hacia 1893, Turner en su famosa propuesta “El Significado de la Frontera en la Historia Americana”, opinaba que la frontera norteamericana había sido crucial para el desarrollo de la nación estadounidense porque había cimentado los valores de individualismo, autopreservación, practicidad, libertad, optimismo y un espíritu democrático que negó las influencias externas, fomentando un nacionalismo norteamericano. Todas estas cualidades habían definido al norteamericano, a tal punto que las instituciones tuvieron que adaptarse a la expansión colonizadora.
Nuestro autor concebía la frontera no como algo estático sino más bien dinámico, era pues móvil, el punto de contacto entre “barbarie” y “civilización”, siendo lo más significativo de esta el encontrarse al límite de los territorios abiertos a la expansión y a la conquista, además era la línea de americanización más rápida y efectiva. Para Turner, el avance hacia la frontera y la conquista del oeste formaban parte de un proceso evolutivo de carácter social cuyo fin era la organización industrial de las ciudades y las fabricas.
En la propuesta de nuestro personaje, es evidente que fue el pioneer americano el que llevó a cabo este proceso luchando con el indio, luego recién se haría visible la presencia del Estado.
Turner afirmaba que a medida que se desarrollaba este avance al oeste se iba perdiendo contacto con el este. Nuestro autor, concluye afirmando que la frontera se había cerrado lo que significaba que se había cerrado un ciclo de vida para los norteamericanos; sin embargo se abría otro: el de Norteamérica industrial e imperialista.
Debemos entender que cada hombre es producto de su tiempo y Turner lo fue de las circunstancias que rodearon el año en que se pronunció (1890): la depresión económica, problemas laborales, nuevas oleadas migratorias, revuelta de campesinos, surgimiento de problemas urbanos, transporte y revolución en comunicaciones, el final de la expansión continental y el inicio del imperialismo ultramarino. Con todo ello, nuestro autor se manifestó positivo al considerar el siglo XIX de manera optimista.
Las críticas a nuestro personaje comenzaron a partir de 1920 en adelante, con énfasis especial en 1930, año del crack estadounidense. Los supuestos turnerianos fueron puestos en tela de juicio y se cuestionaron de manera crítica. Sin embargo, todavía en 1930, Walter Prescott Webb en un estudio titulado “The Great Frontier”, concebía la idea de “una gran frontera”, siguiendo la línea marcada por Turner, extendió su argumento hacia Europa.
Webb planteaba que todo el hemisferio occidental era una “gran frontera” que había transformado a Europa, es decir, las nuevas tierras descubiertas le habían dado nueva vida a esta. Para nuestro autor, al igual que para Turner, esas tierras estaban libres y el cierre de la frontera acarrearía graves consecuencias, en lo que no concordaba con Turner era en la fecha de cierre. Para nuestro autor, “la gran frontera” se cerró en 1930, con el fin de la tierra vacante que había en las tierras descubiertas.
Nuestro personaje afirmaba que existía una continuidad que otorgaba mayor valor a la importancia de la frontera. Para Webb, los norteamericanos no cesaron en su avance a pesar de su lucha por la independencia y de una guerra de secesión, era algo así como el destino de la nación. A pesar de su concordancia con Turner, nuestro autor le reprocha el no haber podido ver que la frontera norteamericana era sólo un apéndice de “la gran frontera”.
Webb definió el carácter esencial de la frontera como un amplio espacio de riqueza sin dueño a la cual podían acceder los colonizadores que en Europa se encontraban en un estado de sobrepoblación. De este modo, “la gran frontera” se convirtió en un espacio que pudo abastecer las necesidades materiales de Europa, además se produjo un enriquecimiento cultural con las nuevas especies encontradas, sin contar con los efectos sobre las ideas e instituciones que debieron ser de largo alcance.
Nuestro autor dejaba planteada así, la propuesta de que Europa era la metrópolis, un centro cultural, cuya sociedad era estática con clases bien definidas, un espacio donde la idea de progreso aún no había nacido. Cuando Europa descubrió las nuevas tierras, que constituían “la gran frontera”, estas le brindaron vitalidad y solvencia económica, como ya habíamos anticipado. Con el transcurso del tiempo, las potencias comenzaron a luchar por sus dominios y las nuevas tierras descubiertas se alejaban de su poder, todo esto desembocó en la independencia de las últimas, las cuales no se desligaron totalmente de las primeras pues las potencias siguieron obteniendo buenos beneficios materiales.
De manera análoga a Turner, Webb muestra al individuo como el sujeto activo en este proceso y afirma que fue el común denominador de los tiempos modernos. El hombre gozó de libertades, las cuales no tenía que ganarse sino que ya estaban ahí, entre las libertades que tuvo estaban: el autogobierno, el enriquecimiento y el tener un credo; esta gama de libertades se institucionalizaron en el protestantismo, capitalismo y la democracia, de las cuales no gozó el hombre que se quedó en el viejo continente debido a las instituciones ya establecidas.
Con todo ello, para nuestro autor la frontera ya se había cerrado y el buscar nuevas fronteras constituía un absurdo, así como la sociedad en la cual se vivía ya había dejado de ser moderna y por ende requería un nuevo nombre.
El panorama de la consideración de la historia de la frontera, se oscureció con el advenimiento de la guerra de Vietnam, el racismo, el sexismo y el abuso del medio ambiente, los historiadores se mostraron profundamente pesimistas. Fue en este contexto cuando nació la “New Western History”, la cual vio la colonización del oeste como una experiencia negativa, esta corriente ha tenido como exponentes a: Patricia Nelson Limerick, Richard White, Elliot West y Bryan Dippie.
Patricia Nelson Limerick, en su conocido libro “The Legacy of Conquest. The Unbroken Past of the American West”, nos hace ver que en la historia del oeste no podemos hablar de ruptura sino más bien de continuidad. Para Limerick, la propuesta del fin de la frontera marca una división entre pasado y presente; sin embargo la historia del oeste no se rompió, se conservaron problemas, tópicos en común y recuerdos, siguiéndose así otros patrones. Nuestra autora nos habla de una conquista en los Estados Unidos que afectó tanto al conquistador como al conquistado, fue esta experiencia histórica la que dejo una profunda huella en una zona en particular pero que repercutiría en toda la nación y su legado llegaría hasta nuestros días.
Limerick parangona dos procesos que han repercutido en la memoria nacional: la esclavitud y la conquista. De ambos, ella afirma que la realidad de la conquista se disolvió en la imaginación popular que estereotipó al conquistador como el buen pioneer que luchaba contra el salvajismo. Este estereotipo, para nuestra autora, no tiene lugar en la compleja realidad del siglo XX.
Nuestra historiadora no deja de reconocer que el oeste se ha visto realzado en la historia estadounidense aunque sea sólo para explicar el expansionismo estadounidense, lo cual según Limerick ha creado una crisis de identidad entre los estudiosos del oeste norteamericano. Anota nuestra autora que para muchos historiadores norteamericanos la tesis de Turner era la historia del oeste.
Luego de hacer una crítica sobre la interpretación presentista de Turner en torno a la historia del oeste, ella nos muestra que él se olvidó de mencionar el importante papel de los indios, de los españoles, de los asiáticos, de los franco – canadienses, de las mujeres y de otras minorías étnicas. Además fue por muchos años más sencillo apegarse a una explicación ordenada que ponerse a meditar en temas nuevos que se entrelazaban, así el oeste permaneció estático.
Para Limerick, la frontera no se cierra en tal o cual fecha, ella ve al oeste como un lugar al cual se le puede situar geográficamente e incluso comparar con procesos que se han realizado en otras partes de la nación y del planeta. Esta concepción del oeste como lugar, para nuestra autora, brinda beneficios como apreciarlo como zona de “encuentro” entre indios, latinoamericanos, angloamericanos, afroamericanos y asiáticos, uniendo a diferentes grupos que interaccionan en el reparto de la propiedad y que poseen una historia común. Pero, esta interacción no es sólo económica sino también cultural pues la conquista significó una lucha entre lenguas, cultura y credo; entonces buscar la legitimidad en el plano económico implicaba buscarla también en el aspecto cultural y religioso.
Nuestra historiadora nos hace ver cómo tras la importancia nacional que tiene el oeste, existe un significado regional propio. Además exhorta al debate entre todos aquellos que trabajan el oeste porque, según ella, sólo así se puede comprender mejor la historia del oeste.
Concluye Limerick que el proceso del desarrollo del oeste es continuo, desde el pasado hasta el presente, desde lo más precario hasta lo industrial.
En tanto, Richard White, otro exponente de la “New Western History”, en su estudio titulado “Frederick Jackson Turner and Buffalo Bill” , muestra la complementariedad que existe entre la propuesta de Turner y la escenificación de Buffalo Bill para definir el cierre de la frontera: el oeste se había conquistado y la urbanización era inevitable.
El autor nos hace ver que aunque aparentemente estas dos figuras sean una antítesis de la otra, ambas forman parte de la narrativa de la mitología fronteriza norteamericana. En tanto, Turner consideraba, como tópico central, la conquista de la naturaleza y le parecía que el dominio de los salvajes era irrelevante, Buffalo Bill daba prioridad a la conquista de los salvajes, para él, el dominio sobre la naturaleza era secundario. Ambos pudieron movilizar símbolos y convencer audiencias, uno a través del discurso, el otro por medio de la escenificación: fueron genios usando la iconografía de la frontera.
White considera que Turner no dijo nada nuevo a los norteamericanos que ellos no supiesen, lo interesante fue el hacer explícito cuál era el significado de esa frontera que ya era familiar a través de la pintura. Además, extendió el significado de progreso pero sólo para el hombre blanco, así el progreso no era solamente el aumento de bienestar económico sino también cultural, lo que incluía: igualdad, democracia y oportunidad.
Según nuestro autor, Turner vio al indio como objeto parte de la naturaleza que debía ser conquistado y más no como sujeto que actuaba en ella; pero, Buffalo Bill convirtió al indio en sujeto de la naturaleza donde su rol fundamental era atacar al hombre blanco así creó, al parecer de White, un oeste postmoderno en el cual la escenificación y la historia estaban desgraciadamente interrelacionadas. Tanto en Turner como en Buffalo Bill, el papel principal de la historia está representado por el hombre blanco, nuestros dos personajes son dos caras de la misma moneda y compartieron la convicción que la frontera se había cerrado porque el progreso había llegado y se convertía así en el enemigo mortal, dejando de ser lo que se deseaba. Pero, con el progreso llegaba la ciudad la cual envestía genero femenino convirtiéndose en el antónimo del oeste que guardaba connotaciones masculinas.
Nuestro historiador nos muestra cómo a través de la iconografía no sólo se ve la antítesis hombre blanco versus indio, sino que por medio de estos símbolos se pueden ver los estos encuentros que existieron entre el hombre blanco y el indio o como el hombre blanco se pudo adaptar a las costumbres indias y el indio a las blancas.
White afirma que las nuevas oleadas de inmigrantes que llegaron a Norteamérica no fueron vistas como las primeras, estas últimas tenían una identidad norteamericana, las primeras eran consideradas como foráneas, exóticas, peligrosas, no asimilables a la sociedad norteamericana.
Nuestro autor concluye afirmando que a pesar de todo, en la historia de la nación norteamericana, el largo dominio de una narrativa imaginaria sobre la frontera fue crucial, dada la variedad de personas que habitaban ese país y cuando asumían el derecho de recordar un pasado común parecía existir una unidad que trascendía las diferencias. Asimismo enfatiza que para él Turner y Buffalo Bill sólo fueron meros contadores de historias.
Otro historiador que vale la pena destacar en esta corriente es Elliot West, pese a que sus estudios sobre el medio ambiente lo conduzcan hacia una nueva tendencia.
West en su estudio titulado “A Longer, Grimmer, But More Interesting Story”, afirma que hay historiadores que opinan que la producción de la “New Western History” no es nuevo y que mucho de lo nuevo no es realmente historia, con lo cual discrepa pues asevera que un historiador para complementar su estudio debe realizar un trabajo multidisciplinario e interdisciplinario.
Según nuestro historiador, la historia del oeste ha cambiado más en los últimos 10 años que en los 90 anteriores y este cambio se debe a tres líneas de investigación: Primero, se ha tendido a reexaminar la amplitud de temas que explican el qué y el cómo del oeste y su pasado. Entre estos temas se encuentra el estudio del medio ambiente, la presencia del gobierno federal, el crecimiento de una economía capitalista, en sí todos estos nuevos temas van a enfatizar una continua dislocación cultural ya sea el desastre medio ambiental o la explotación económica social e individual.
En segunda instancia, tenemos la línea que pone atención en lo particular: cuándo y quién, estos trabajos están dirigidos a la historia social; en esta línea se puede abordar al oeste desde la historia de la mujer, la cual jugó un rol esencial en la supervivencia económica de la familia. Para nuestro autor, lo interesante de este enfoque es el desplazamiento que sufre el individualismo del intrépido pioneer para estudiarlo con toda su familia, la cual es la clave para los cambios sociales, económicos y políticos, incluyendo la construcción de comunidades y el desarrollo de uniones laborales.
West opina que en este tipo de historia se debe incluir a las mujeres indias, a los grupos étnicos según su genero, edad y nacionalidad, mostrando el rostro del pioneer no como el hombre blanco de ojos azules sino como la variedad que amalgamó el término “pioneer”. Pero, la historia no quedaría ahí sino que iría mucho más lejos, porque en el estudio de la frontera no se puede dejar de lado a los indios, tampoco a la continuidad existente entre el pasado y el presente, ni el cambio de un sistema económico en expansión que devoraba a la economía nativa, alterando también el medio ambiente. Lo interesante de esta línea de estudio es que rescata el intercambio entre conquistadores y conquistados.
La tercera línea que plantea nuestro historiador es aquella que considera las dimensiones emocionales y psicológicas de la historia del oeste, así como las respuestas humanas a los asentamientos peculiares tanto físicos como sociales en el oeste. En esta línea las percepciones humanas toman un significado extraordinario. El oeste es visto como un lugar donde conviven seres humanos diversos, entre ellos: los inmigrantes, los cuales tienen que afrontar lo inesperado y tratar de ajustarse al cambiante medio ambiente.
West concluye afirmando que para entender el oeste moderno se debe considerar la literatura de la región y la iconografía visual; pero es necesario comprenderlo con sus limitaciones, sus conflictos, su ambivalencia y su diversidad medio salvaje.
En un ensayo titulado “The Way to the West. Essays on the Central Plains”, nuestro autor se va a perfilar más bien como estudioso de la influencia del medio ambiente en la historia del oeste, lo cual lo conduce al parecer a una nueva tendencia.
West ha estudiado el medio ambiente y la historia indígena americana; sus ensayos al mismo tiempo, hacen alusión a la historia social, literaria y a la cultura popular del oeste; y pone especial énfasis en la interdisciplinariedad de los mismos.
Para nuestro historiador, el medio ambiente es importante, pero no existe un medio ambiente uniforme sino que existen microclimas. De tal modo que, el medio va a variar de acuerdo a la conformación del suelo; los habitats en las tierras altas ofrecen diferentes oportunidades de aquellos en las tierras bajas. Así, la geografía no sólo va a ofrecer oportunidades sino también dificultades que van a tener su correlato en las diversas formas de vida existentes tanto animales como vegetales.
West asevera que el mundo de las llanuras centrales es un mundo complejo y cambiante y que ya existían problemas para la población indígena que habitaba la zona; sin embargo, estas dificultades se van a agravar con la llegada de los europeos, quienes van a empujar a los indios a otros espacios y van a acomodar la tierra de acuerdo a sus propias necesidades.
Este avance de los euroamericanos va a despertar rivalidades con los nativos y entre los nativos. Nuestro historiador rescata que, a pesar de lo funesto que significó la llegada del pioneer, este trajo nuevas oportunidades a los indios, así como diversos elementos ya fuesen: bienes manufacturados, bienes de metal, pistolas, vestidos, municiones, comestibles, café, whisky, entre otros. Del mismo modo, nos hace notar que trajeron caballos lo que extendió enormemente el rango geográfico, el paso del comercio, la capacidad para la caza e hizo posible el salario de guerra. Todo esto transformó definitivamente las llanuras.
Nuestro investigador afirma que este cambio de forma de vida repercutió en el medio ambiente, formándose así un ciclo vital de rotación entre inmigrantes y la población nativa. De la misma manera, West nos previene de la tendencia equivocada que separa y categoriza los elementos de la historia del oeste, aislando gente de naturaleza, blancos de indios, el oeste de la prehistoria del moderno y del estudio de la frontera.
En el ensayo propuesto titulado “Land”, West trata de la interacción entre la gente, sus ambiciones y los asentamientos medioambientales en los cuales ellos buscaban satisfacer sus “necesidades”. El tema va a oscilar en una gama entrelazada de ecología, acciones humanas y lectura mental de la gente sobre el mundo que la rodea.
Nuestro historiador considera a la tierra más que un participante. Para él cuando la gente actúa, el medio también lo hace en una gama infinita de dinámicas al igual que los seres humanos, estableciendo relaciones de asociación.
Nuestro autor va a centrar su estudio en la interacción entre la gente, las plantas y animales y el proceso natural que va a trabajar en todo. El espacio cronológico en el cual se moverá será entre los 1820 y los 1860, tiempo que marca dos oleadas migratorias.
La primera oleada migratoria va a desplazar a los nativos americanos hacia las llanuras centrales entre 1820 y 1850, siendo el más importante de este grupo el de los cheyenne, los cuales van a convertirse en intermediarios de un sistema de comercio en rápido crecimiento que abarcaba desde Nuevo México hasta Canadá. West nos mostrará el conflicto creciente entre los nativos; por una parte estaban los cheyenne y los arapaho y por otra los kiowas, los apaches, los comanches y los pawnees. Asimismo, nuestro historiador percibe el crecimiento de la población pero también el aumento de las enfermedades.
Para West, es interesante darse cuenta que simultáneamente a la invasión nativo americana se desarrolló la euroamericana; esta oleada no ocupó el área del mismo modo que los indios, se agrupaban temporalmente en partes del país, usando los recursos de la tierra durante varios meses. Ambos desplazamientos se produjeron de modo paralelo y se interrelacionaron, por ende tuvieron amplias consecuencias para el oeste y para los nativos que lo habitaban, es decir produjo una fragmentación, y la amenaza a la identidad colectiva de los cheyenne.
Estas migraciones trajeron consigo la alteración de todo un ciclo vital, en el cual los indios ocuparían la zona en la etapa más fría y los blancos en la cálida, era una clase de sistema de turnarse el uso de la tierra a lo largo de las orillas de los ríos; pero al asentarse sobre el mismo espacio abusarían de los recursos ecológicos, produciendo así el deterioro de la tierra, la escasez de pasto y la sequía. Fue entonces cuando los indios debieron afrontar el reto de trabajar con posibilidades muy limitadas.
Finalmente, tenemos como exponente de la “New Western History” a Brian W. Dippie quien en su estudio titulado “American Wests. Historiographical Perspectives”, hace una crítica a Turner afirmando que cuando llegaron los primeros colonizadores no había frontera, es decir no existía “ninguna vasta tierra libre” al oeste. Pero también, nos muestra diferentes perspectivas historiográficas existentes para el estudio del oeste.
Nuestro historiador asevera que la tesis de Turner era buena antes de 1940, pero ya para la fecha no era adecuada como explicación para una compleja civilización industrial que había atravesado una depresión y crecía en poder cada vez más en el ámbito mundial.
Dippie afirma que la historia norteamericana estaba bajo la sombra de Turner pero la historia del oeste como tal no había surgido. Nuestro historiador plantea la pregunta de a qué se debe entender por oeste y qué periodización tomar. Frente a estas interrogantes, va a esbozar propuestas no turnerianas como la de Earl Pomeroy quien entendió a la frontera como un fenómeno cultural, más allá de ser una dirección o un lugar, era pues un ideal cultural. El oeste, para Pomeroy, era un tipo de dependencia colonial, un área dominada por valores, capital, tecnología y políticas del este; en fin, el oeste era más bien imitador que innovador. Para Pomeroy, eran evidentes los diferentes tipos de economía en la zona: rancheros, mineros, mercaderes e inversionistas.
Dippie considera que el aporte de Pomeroy radica en establecer esa continuidad este – oeste y en abrir nuevos tópicos de estudio como: la justicia en la frontera, la región, la literatura, la educación, la arquitectura, todo este conjunto de temas que ayudarían a dilucidar la existencia del conservatismo cultural del oeste. Nuestro historiador afirma que debe tenerse en cuenta como tópico de investigación, el estudio de la armada en el oeste - la cual debería ser considerada como una manifestación visible del gobierno federal - y su rol para promover el desarrollo del mismo.
Dippie critica a Pomeroy por haberle robado al oeste su distinción y haberlo convertido en un apéndice del este, además considera que le dio poca importancia a los grupos extranjeros locales, dejando de lado el aporte hispánico en la historia del oeste.
Otro aporte que considera importante nuestro historiador para la historia del oeste es el de Goetzmann quien centró su estudio en la historia de las largas exploraciones del oeste, que se iniciaron con la empresa individual hasta llegar a la colectiva y nacionalista, en la cual el gobierno federal jugó un rol decisivo. Como todos los historiadores del oeste, Goetzmann no abandonó el asunto de las guerras con los indios pero si es importante ver como crece en importancia el estudio de la armada estadounidense.
Frente al estudio realizado por Pomeroy, Dippie plantea la propuesta de Gerard D. Nash, quien hizo el primer intento de síntesis sobre la historia del oeste del siglo XX, negando la cronología de Turner que ponía fin a la extensión de la frontera en 1890 y aceptando el colonialismo como una característica de la vida del oeste bien avanzado el siglo XX. Nash sostuvo que la Segunda Guerra Mundial liberó al oeste de su dependencia política, económica y cultural del este.
Nuestro historiador va a rescatar asimismo el aporte de Patricia Nelson Limerick quien ve la existencia de una continuidad ininterrumpida en la historia del oeste. Ella va a analizar la relación este – oeste desde una perspectiva del oeste más que nacional.
Dippie nos hace notar la importancia de Michael Malone y Richard Roeder quienes afirmaron que los historiadores de la frontera del Estado habían dado mayor importancia a lo romántico que a lo histórico.
Nuestro investigador, toma en consideración el aporte de Roger Nichols quien planteó valerse de la historia social para analizar la historia del oeste. Para Nichols la historia del oeste debe ser interdisciplinaria y se debe analizar la movilidad económica, social y geográfica así como el proceso de la construcción de una comunidad, estudiando temas como raza, clase, genero, etnicidad, actividad corporativa y trabajo, incluyendo asimismo temas de la familia, educación, medio ambiente, tecnología, legalidad, entre otros.
Dippie asevera que es evidente la proliferación de diferentes temas que se pueden abordar si se lee la “Western Historical Quartely”, publicación de la “Western Historical Association”.
Nuestro historiador va a trazar nuevas directrices para el estudio del oeste, entre las cuales se encuentran: a) Las relaciones entre indios y blancos poniendo mayor énfasis en el siglo XX, pero viendo al indio como actor del intercambio cultural; b) El estudio de la mujer no solamente como dama y sujeto pasivo sino como sujeto activo que buscaba la independencia y tomaba las riendas de su vida; c) El análisis de cómo la gente concibe el pasado en patrones míticos que definen una cultura y su sistema de valores.
Del mismo modo que existe esta corriente muy mordaz contra Turner, hay otra corriente encargada de criticar a la “New Western History”, y tiene por expositores a: Martin Ridge, Gerald D. Nash, Gerald Thompson y John Faragher, entre otros.
Martin Ridge, en su estudio titulado “Frederick Jackson Turner and His Ghost: The Writing of Western History”, tiene por finalidad realzar la figura de Turner que ha sido tan duramente criticada. Nuestro autor ubica a Turner en el momento histórico que vivió y nos hace notar su aporte para el estudio de la significación de la frontera en la historia norteamericana. Asimismo enfatiza el hecho que aunque Turner no haya sido un miembro fundador de la “Agricultural History Society”, ha tenido una profunda influencia en los académicos que se encargan del estudio de historia agrícola.
Para nuestro historiador, los seguidores de Turner continuaron escribiendo en el contexto de la exclusividad norteamericana, así su oeste fue una frontera de avanzada, de oportunidad, de revitalización que se cerró a fines del siglo XIX.
Este grupo de académicos, según Ridge, no se consideraron por sí mismos como historiadores del oeste, se centraron primero en la interacción entre la experiencia de la frontera – la era de la colonización o de la expansión nacional – y el desarrollo nacional norteamericano y sus ideales; esto último, enfatiza nuestro historiador, es muy cierto para Frederick Merk, por lo cual la lectura de su trabajo sirve tanto para entender los primeros años del lejano noroeste y suroeste como para ver las dinámicas de las relaciones exteriores de los Estados Unidos.
Nuestro investigador, resalta la importancia de una tardía generación de historiadores quienes alcanzaron su madurez cuando el campo de la “Historia Americana” había comenzado a fragmentarse, perdiendo o abandonando su sentido de cohesión. Fueron estos historiadores quienes estudiaron no solamente el período de asentamiento en el medio oeste sino también volcaron su atención a los diferentes aspectos del oeste del trans – Mississippi, ejemplo de estos académicos son Robert Athearn, W. Turrentine Jackson, Howard R. Lamar, Rodman Paul y Robert Utley quienes evitaron la teoría pero aceptaron la idea que existía un oeste y una frontera.
Ridge asevera que existió asimismo otra tendencia conformada por Leonard Arrington, Gerard D. Nash y Earl Pomeroy quienes ignoraron la propuesta de Turner de 1893, debido a que su interés en la región sobrepasaba los 1890s y se extendía hasta el siglo XX. Estos últimos pusieron énfasis en el lugar por encima del proceso.
Nuestro historiador nos hace notar cómo el estudio de la historia de la frontera va de la mano con los procesos históricos que vivió y vive los Estados Unidos. Afirma que con la gran depresión muchos historiadores norteamericanos dudaron sobre el futuro de su nación, pero luego de la Segunda Guerra Mundial, la historia de la frontera resurgió debido a un renovado interés en aquello que daba vida al carácter norteamericano. Ridge considera como un interesante aporte al texto de Ray Allen Billington quien reconoció como válidas muchas de las propuestas turnerianas de 1893, a pesar de todo, defendió el estudio de la frontera como un fenómeno viendo su impacto en el carácter norteamericano y en la autoimagen.
Nuestro historiador afirma que muchos académicos antiturnerianos han procedido de diferentes escuelas (materialismo cultural, antiprogresistas, regionalistas, etc.) y por ende, han tenido intereses en diversas áreas (intelectuales, inmigración, legalidad, historia laboral, etc.), lo que hizo que sintiesen que el modelo de la frontera había contribuido poco al entendimiento de sus campos de estudio y más bien había distorsionado la historia nacional.
Para Ridge, el desplazamiento del estudio de la frontera como una zona de avanzada al estudio del oeste norteamericano como un lugar diferente, que también tenía sus problemas, trajo como consecuencia la definición de qué se entendía por oeste y qué era el oeste. La respuesta favoreció una historia regional y coincidió con las propuestas de un grupo de historiadores del oeste que retaban el paradigma turneriano y centraban sus intereses en temas como: raza, clase, genero y medio ambiente. A pesar que estos tópicos no eran nuevos, permitieron el análisis de temas previamente ignorados; sin embargo, estos historiadores no reabrieron viejos argumentos sobre el significado de la frontera como fuerza liberadora económica y políticamente.
Nuestro investigador nos hace notar que entre uno de los trabajos que ignora la propuesta de Turner se encuentra el de Richard White sobre los indios. Según Ridge, este trabajo esta basado en supuestos antropológicos que ven el rol de la cultura social dentro de un contexto intergrupal. Para nuestro historiador, White confirmó que la sociedad blanca percibió la presencia india tanto como una oportunidad económica como una barrera para su desarrollo.
Ridge asevera enfáticamente que los críticos de Turner tienen sus problemas negando la utilidad del modelo turneriano, denunciándolo por permanecer sin pronunciarse sobre temas de clase, genero y medio ambiente; sin embargo, se puede notar que están extrañamente obsesionados por silenciar a Turner, por negar su utilidad pero en el fondo trabajan involuntariamente trabajan con él.
Nuestro historiador concluye afirmando que los historiadores del nuevo oeste, aquellos críticos de Turner deben explicar qué es lo nuevo en su trabajo, más allá de exponer sus supuestos personales y sus juicios de valor, a menos que estudien el siglo XX, período que Turner no estudió. Para Ridge, estos críticos deben hacer explícito el mérito de dejar de lado a Turner, pero se muestra escéptico ante esto último, más bien cree que en el camino estos historiadores van a encontrar que es difícil eliminar el “fantasma” de Turner.
Otro de los críticos a la “New Western History” es Gerard D. Nash, en su trabajo “Comment on the New Western History”, critica duramente a los historiadores del nuevo oeste como personajes que tienen una estrecha perspectiva nacionalista y regionalista. Para nuestro investigador, ningún historiador puede escapar totalmente a la influencia de su tiempo, y he ahí la falta de honestidad de los nuevos historiadores del oeste cuando definen su orientación.
Entre las características de los historiadores de la “New Western History”, Nash encuentra la distorsión de la evidencia, pues estos estudiosos han centrado su estudio exclusivamente en las víctimas sin considerar que la experiencia del oeste fue y es diversa así como las víctimas también fueron diferentes.
Nuestro historiador afirma que el oeste no fue una zona altamente industrializada, por ende, el número de asalariados fue también pequeño y a quienes se les ha dado en llamar “oprimidos” no constituían la mayoría de la población. De este modo, hacer un libro de la historia del oeste con las características que le da la “New Western History”, es distorsionar la realidad.
Nash asevera, asimismo, que la historia del oeste no puede ser una continuidad no rota porque cualquier fenómeno histórico refleja cambios tanto como continuidad, ambos son dos factores que coexisten. En el caso del oeste, ha habido mutaciones significativas que han alterado su desarrollo histórico profundamente, entre estos cambios están: la tecnología, las dos guerras mundiales, el militarismo y la seguridad nacional, ciertamente todos estos factores han alterado mucho la historia del oeste.
Nuestro historiador señala que algunos historiadores del “Nuevo Oeste” reflejan un estrecho provincialismo pues ubican la experiencia del oeste norteamericano en un vacío y no en un contexto global. Para Nash, la historia del oeste necesita ser analizada no sólo por la experiencia de los norteamericanos sino también por los movimientos de expansión de la población alrededor del mundo; así, los historiadores del “Nuevo Oeste” necesitarían valorar el trabajo de aquellos historiadores que, de una manera cosmopolita, han investigado en torno a fronteras comparativas, porque el ignorar estos trabajos los ubica dentro de una esfera ideológica estrecha.
Nuestro investigador considera que, estos historiadores deberían preocuparse por realizar trabajo de archivo, el cual daría luces sobre la complejidad humana y los conduciría a dejar de lado esas generalizaciones y clichés que abundan en sus trabajos.
Nash concluye afirmando que la historiografía de la “New Western History”, es una reflexión acertada de las condiciones contemporáneas entre 1960 y 1990, y por ende sus supuestos reflejan el tiempo en que viven.
Entre los críticos más agudos y perspicaces de la “New Western History”, se encuentra Gerald Thompson quien en su estudio titulado “The New Western History: A Critical Analysis”, asevera que los historiadores de la “New Western History” tienen una forma pesimista de ver la historia del oeste y es así como han brindado una sobreconstruida interpretación sobre la expansión al oeste, viéndola como una conquista de alto costo para el indígena nativo o mexicano, costo del cual no escapó el medio ambiente.
Nuestro historiador afirma que el asunto no quedó ahí para los académicos de la “New Western History”, sino que ellos opinan que la historia del oeste es un todo continuado e ininterrumpido, es decir no ha habido ningún cierre de la frontera.
Thompson esboza el nacimiento de la “New Western History”, narra como hacia 1980, los historiadores del oeste comenzaron un debate formal sobre el significado de la región que estudiaban: el oeste, y sobre la naturaleza del proceso de asentamiento: la frontera. Afirma que, entre ellos, sobresalió un grupo muy crítico que atacó directamente las ideas de Turner y a sus seguidores; los escritos de estos historiadores, como ellos mismos afirmaban, tenían la impronta de la sensibilidad que marcó la guerra de Vietnam, el racismo, sexismo y el abuso del medio ambiente.
Nuestro historiador asevera que fue así como este grupo comenzó a llamarse la “New Western History” y tenía como finalidad reinterpretar la frontera y el pasado del oeste. Thompson nos hace ver que este grupo está marcado por el relativismo de sus posturas y por una metodología deconstruccionista en su abordaje del problema.
Nuestro investigador se pregunta sobre cuál era el aporte de estos estudiosos y comienza su crítica con Patricia Nelson Limerick a la cual llama, con sarcasmo, la reina de los historiadores del “Nuevo Oeste”. Ella en su libro “The Legacy of Conquest” (1987) había intentado deshacer el trabajo interpretativo de Turner, afirmaba que la historia del oeste debía ser apreciada como una falla más no como un logro, como lo veía Turner, debido a que pocas veces una nación ha perdido sus metas fijadas de manera tan grande como ha sucedido con Estados Unidos.
Según Thompson los problemas que tiene Limerick son: a) Ver la conquista de Norteamérica como una experiencia de sufrimiento en la cual el hombre blanco era el victimario y los demás las víctimas. Pero en el fondo, cuando se analiza el estudio de esta historiadora se puede ver que tiene mucho en común con Turner pues sus narraciones anecdóticas en su famoso libro son de hombres blancos y no de minorías victimadas; b) Dejar que su imaginación desborde la realidad, hacer de su trabajo una narración literaria de pueblos fantasmas que no existieron; pero no se le niega su acertado rescate sobre la vida en los campamentos mineros, estos eran abandonados y la gente se iba a otro lugar y en algunos casos causaban serios daños al medio ambiente; c) No comprender la naturaleza básica de la experiencia y no poder ponerse en contacto con el pasado, lo que le produjo un punto de vista relativista de la historia, matizando el pasado con muchos de los fenómenos recientes; d) Definirse como regionalista, pero en su libro ella usó la palabra “conquista” como Turner usó el vocablo frontera, es decir, más bien como un proceso que continua de manera ininterrumpida, así elevó el proceso sobre la región.
El segundo historiador importante de la “New Western History”, a quien va a criticar Thompson, es Richard White quien tiene un estudio titulado “ Westward Expansion”. Según considera nuestro crítico, White es un historiador talentoso pero enfatiza un proceso negativo más que la historia de una región. De manera análoga a Limerick, White tiene coincidencias con Turner, pues coloca al proceso por encima de la región y aún más este proceso no toma en cuenta los antecedentes regionales de los Estados Unidos. Así, White, se encontraría perdido al igual que los otros historiadores del “Nuevo Oeste” porque no puede ver la prosperidad económica y el éxito encontrado en la historia del lejano oeste.
Thompson considera como el último historiador importante de esta escuela a Donald Worster, cuyos trabajos ilustran lo mejor y lo peor de lo tratado en este genero. Nuestro historiador afirma que los argumentos de Worster son pensantes, reflexivos y apasionados en sus miras de afirmar al oeste como una región distinta.
Nuestro investigador asevera que Worster se autodefine como esencialista, es decir, piensa que los tópicos más importantes a ser estudiados son aquellos que son imprescindibles para la vida humana; es así como, él considera que lo más importante es el medio ambiente y se denomina un medio ambientalista, centrando su atención en el estudio del agua. Para este historiador, el gobierno federal había ejercido control sobre las personas en las zonas áridas a través del monopolio del agua. A Worster le parece que vivir en una zona árida no es natural pero Thompson nos hace notar que lo que no es natural para Worster, si lo es para otros.
Nuestro historiador nos hace notar que Worster, al igual que los otros del “Nuevo Oeste”, es pesimista, sólo ve conspiraciones entre diferentes corporaciones y el gobierno. Para Thompson, se deben tomar en cuenta diferentes aspectos para el estudio del agua en el oeste, como: la cooperación del este para establecer el imperio del agua y el efecto benéfico del movimiento del capitalismo hacia el oeste, pues muchos norteamericanos, incluyendo las supuestas minorías conquistadas, salieron beneficiados.
Nuestro investigador afirma que, a pesar de todo, el aporte de la “New Western History” debe ser considerado porque enriqueció el estudio de la mujer y del medio ambiente. Sin embargo, considera que estos historiadores han desarrollado una interpretación racista y sexista y han disminuido el énfasis que se le debe dar al rol jugado por las minorías como los indios, mexicanos o las mujeres y su importancia en el pasado de la región.
Thompson asevera que se debe resaltar el aporte de Banncroft y Charles Lummis quienes pensaban que el desplazamiento angloamericano al oeste tuvo una herencia regional que se combinó con el bagaje cultural europeo. Por lo tanto, la vida angloamericana en el lejano oeste necesitaba una historia diferente de la del este.
Según nuestro historiador, para Bancroft el regionalismo significaba inclusión de gente de California o Nuevo México, porque en el fondo existía una herencia que amalgamaba indios, españoles, mexicanos a lo cual se sumaba el legado del este. Thompson afirma que concuerda con Bancroft sobre la necesidad de estudios regionales para entender el “proceso” de la frontera y se siente de cierto modo identificado pero de manera muy marginal con los historiadores de la “New Western History”.
Nuestro crítico admite que le gusta el énfasis de los historiadores del “Nuevo Oeste” sobre la continuidad histórica, sin un quiebre en 1890 y afirma que Turner también trató de restarle importancia al significado de la frontera. Sin embargo, esta palabra en ese tiempo era mágica, evocaba imágenes de hombres fuertes batallando en su marcha al oeste, a esto se le suma el hecho que el movimiento hacia el oeste por 1800 se desarrolló en un ambiente intelectual de romanticismo, fue así como Turner sólo puso el mito en un paradigma académico y por ende, debe ser entendido en su tiempo.
Thompson afirma que la lógica de los historiadores del “Nuevo Oeste” es caer en la relatividad de la verdad, sobre todo cuando su trabajo es criticado por los errores fácticos que contienen.
Nuestro historiador concluye afirmando que si existe una historia del oeste, pero que hay dificultades definiendo el oeste como una entidad histórica que sirve para cohesionar; además en la interpretación histórica sobre la naturaleza de la experiencia del oeste deben de tenerse en cuenta todos los actores: logros y fallas deben ser considerados y las minorías deben ser correctamente ubicadas como sujetos activos en la historia de la región.
El último de los críticos de la “New Western History” que consideraremos será John Mack Faragher quien en su estudio titulado “The Frontier Trail: Rethinking Turner and Reimagining the American West”, afirma que en los últimos treinta años los historiadores se han reimaginado la historia del oeste. Para nuestro historiador, el campo de la historia del oeste merece atención porque inspira la aplicación de métodos de una nueva historia social y porque se puede establecer la relación entre región y nación y esto relacionarlo con la historia global de la colonización. Es más, en su estudio va a poner especial énfasis en el debate existente para la historia del oeste.
Faragher comienza su crítica con Gerard Nash quien afirma que las corrientes de interpretación histórica están en función de diferencias generacionales, cada grupo formaría así un consenso de opinión y estos grupos producirán interpretaciones de la historia diferentes.
Para nuestro historiador, no existen tales fronteras generacionales y por ende, el modelo de Nash falla porque, como asevera Faragher, los historiadores no se ciñen a una generación sino a los diferentes debates que se suscitan en cada época, y es esto lo que hace que la propuesta de Nash caiga en el relativismo. Nuestro investigador considera también que la critica de Nash es cerrada y está ligada al escándalo y al ataque.
Faragher afirma que Nash no se encuentra sólo en esto, también están otros historiadores como Worster que está de acuerdo con Nash. Nuestro historiador considera que ambos fallan en su propuesta porque los historiadores que conforman la “New Western History” no pertenecen a una sóla generación sino a diferentes y previas; por ende, la tesis de Nash estaría violando una de las reglas cardinales de la historia: la atención que se debe prestar a los antecedentes.
Nuestro investigador asevera que Patricia Nelson Limerick se considera innovadora, pero se pregunta de qué y se cuestiona sobre quienes somos para establecer la brecha entre lo nuevo y lo viejo. Para Faragher, esta retórica más bien se entabla como una manera de distinguir entre aquellos argumentos con los que simpatizamos y con los que no.
Nuestro historiador considera que las interpretaciones que se han dado a la tesis de la frontera y al oeste norteamericano se relacionan menos con las “generaciones” y más con la teoría social, valores morales y el ángulo y la amplitud de la visión histórica.
Frente al problema de la visión histórica, Faragher asevera que para hacer la historia del oeste se debe tender puentes de aproximación y no levantar barreras, sólo la aproximación de temas, el entablar relaciones entre quienes vivieron en la zona nos va a ayudar a entender el proceso; es decir, ver al oeste como un todo y estudiar las relaciones que se desarrollaron en la zona.
Para nuestro historiador, existe un tópico recurrente que provoca debate y es el problema de ver al oeste ó a la frontera como un lugar ó como un proceso. Faragher afirma que el mismo vocablo oeste es “contingente” y no se encuentra un consenso para definirlo.
Nuestro investigador concluye revalorando a Turner ya que el poder de su tesis de frontera deriva de su compromiso en estudiar que significa ser norteamericano. Y para Faragher, esto último es algo que debe ser conservado.
Entre los aportes para una historia del oeste, tenemos otra tendencia que es más bien moderada. Esta corriente tiene por máximo exponente al Dr. David Weber y ha dado en llamarse la “Spanish Borderlands”.
Weber en su artículo “Turner, Los Boltonianos y Las Tierras de Frontera”, critica a Turner, según nuestro historiador había exagerado su postura y no había sido riguroso definiendo sus conceptos pues el término frontera se hacia impreciso y algunas veces servia para definir un lugar, otras para definir un proceso y otras para referirse sólo a una condición, algo de lo cual el mismo Weber no escapa, como él mismo afirma.
Nuestro historiador asevera que en tanto los discípulos de Turner ignoraron las minorías raciales y étnicas que existían al oeste, incluyendo los hispánicos y la frontera hispánica, los estudiosos especializados en las fronteras hispanas de Norteamérica ignoraron ampliamente a Turner y sus tesis tuvieron poco impacto en la historiografía de la frontera e incluso en el propio México.
Weber rescata la figura de Herbert Eugene Bolton, fundador de la escuela de la frontera quien reconoció desde temprano el acierto de aplicar la tesis de Turner a la frontera de la América Española, más no lo hizo a través de sus escritos. Bolton, según Weber, estaba más interesado en el impacto de los españoles en la frontera que en la influencia de la frontera en los españoles y tuvo el mérito de haber concebido a la misión y al presidio como “instituciones características y diseñadas para la frontera” pero también como un soporte expansivo, permanente y “civilizador” para la frontera.
Para Bolton, según nuestro historiador, el estar más cerca del dominio español entorpecía la independencia e iniciativa; Bolton tampoco fue una figura aislada, dejó seguidores, algunos de los cuales reconocieron que la frontera tenía dos caras y observaron con perspicacia las interacciones entre la frontera europea y la indígena. En sí demostraron poco interés por la historia social.
Weber afirma que los historiadores de frontera que han tenido interés en la historia social han sugerido en sus recientes trabajos que los hombres de frontera hispanos tuvieron una gran oportunidad por la ascendente movilidad social y vivieron en una sociedad más igualitaria que sus compatriotas de las áreas más colonizadas de México. Sin embargo, destaca que pese a los argumentos que existen sobre la sociedad de frontera como más abierta, no hay ninguna demostración empírica que la respalde.
Nuestro historiador concluye afirmando que se debe entender por frontera tanto al entorno humano como al geográfico, puesto que frontera no es la línea divisoria entre “civilización y barbarie”, sino más bien es la interacción entre dos culturas diferentes que producen una dinámica única en tiempo y en espacio.
En un estudio posterior titulado “The Spanish Frontier in North America”, nuestro historiador sigue el concepto de frontera acuñado anteriormente, pero reclama que cuando se ha hablado de la frontera en Norteamérica no se han considerado las tempranas raíces hispánicas que existen al sur.
Weber afirma que la presencia hispánica data de 1513 y no finalizó hasta que México ganó su independencia en 1821, de este modo España gobernó partes del continente durante dos siglos, mucho más tiempo de la existencia de Estados Unidos como nación independiente. Nuestro historiador rescata el papel activo que tuvieron los españoles en la lucha contra los indios, en el avance por el territorio, en las formas de vida que trajeron y también en las enfermedades.
Nuevamente remontándose a Bolton, nuestro investigador, nos hace valorar su aporte que consistía en una visión balanceada sobre el pasado de la nación que, tanto para Bolton en su época como para Weber hoy, debe incluir el entendimiento de los orígenes hispánicos, franceses e ingleses.
Weber afirma que no debe haber una fragmentación en el estudio del borde occidental separado del oriental, más bien debe tratar de unírseles.
Nuestro historiador asevera que es de su interés explicar el impacto español en la vida, instituciones y medio ambiente de los nativos norteamericanos así como el impacto de Norteamérica en la vida e instituciones de aquellos españoles que exploraron y colonizaron lo que ahora forma parte de los Estados Unidos. Aclara que el uso que le da al término “español” es político y cultural más no una categoría racial.
Weber concluye, la introducción a su libro, afirmando que las fronteras para él representan tanto lugar como proceso, unidos intrínsecamente. Y que es de interés para él, mostrar tanto el conflicto como el intercambio cultural que se desarrollaron en la frontera y que condujeron a la aculturación, acomodación, asimilación, sincretismo y resistencia en la misma. De este modo, el poder de la frontera radicaría en transformar a la gente.
Finalmente, encontramos que han surgido nuevas tendencias para el estudio del oeste, entre los personajes que se encargan de ello se encuentran: William Cronon, George Miles, Jay Gitjin y Alfredo Jiménez.
William Cronon, George Miles y Jay Gitjin en su ensayo titulado “Becoming West: Toward a New Meaning for Western History”, comienzan preguntándose si el pasado del oeste tiene un futuro.
En primera instancia, establecen una diferencia entre el oeste de la imaginación popular y el oeste de los académicos, afirman que el primero es algo así como una especie de lugar eterno. Luego, van a dilucidar la principal tarea de su ensayo que es argumentar que el oeste ofrece vastas oportunidades para quien desee entender el amplio perfil de la historia norteamericana.
Para nuestros historiadores, no se puede entender al moderno Estados Unidos sin entender el pasado del oeste.
Cronon, Miles y Gitlin realzan la figura de Turner, aunque no concuerdan en todo con él. Afirman que el mayor logro de Turner definiendo la historia del oeste, fue centrar su campo no en una simple región sino en muchas regiones que experimentaron un cambio histórico paralelo; y sería este paralelismo de las historias regionales de Turner lo que hizo que su interpretación fuese tan rica y sugerente.
Nuestros historiadores valoran el estudio comparativo de cambios regionales paralelos o “procesos de frontera”. En cambio, critican a Turner en la secuencia lineal darwiniana que aplicó para explicar los procesos de frontera.
Para nuestros investigadores, en el proceso de colonización se desarrolló el conflicto y la búsqueda de la oportunidad. Por ello, los académicos deberían tratar de preocuparse menos por definir precisamente cuando termina una frontera y comienza una región y más de analizar cómo se mueve una frontera hacia la otra, formando nuevas comunidades, lo cual conlleva a ver la emergencia gradual de identidades locales y regionales con sus problemas inherentes de cambio y conflicto.
Cronon, Miles y Gitlin aseveran que la “frontera” que Turner descubrió como “aislada” fue parte de la gran expansión de la economía europea y de las Naciones Estado que se remontaban a antes del siglo XVI. Para nuestros historiadores, sólo se puede conocer mejor el oeste americano si se analiza como una parte de la amplia historia del colonialismo europeo, afirman que hay que seguir los vínculos del viejo mundo.
Según nuestros investigadores, muchas comunidades fomentaron una mezcla genuina o por lo menos una coexistencia de tradiciones europeas y nativas - y eventualmente africanas y asiáticas también -, en la cual no se vio una superioridad cultural clara.
Cronon, Miles y Gitlin concluyen afirmando que el descubrimiento entre europeos e indios fue mutuo y ambos moldearon la transición de la frontera a la región hasta llegar a la formación de una identidad regional.
Entre las nuevas tendencias tenemos finalmente el planteamiento de Alfredo Jiménez quien en su artículo “El Lejano Norte español: cómo escapar del American West y de las Spanish Borderlands” hace un planteamiento interesante, que es estudiar la zona del oeste hispano no desde el norte sino desde el sur, es decir desde México, porque la zona del oeste norteamericano que perteneció a los españoles fue parte de México.
Jiménez plantea que al parecer existen tres líneas historiográficas para el estudio de la historia de los Estados Unidos: la American History que viene a ser la historia oficial, la Western History que es la historia del oeste ya sea como lugar o como proceso y la Spanish Borderlands que es una historia de exploración, avance, ocupación de territorios marginales, colonización y fundación de pueblos, es decir es la esencia de la frontera norteamericana desde la formulación de Turner. Pero en el fondo no existen más que dos fronteras, dos historias diferentes y, sobretodo dos historiografías distintas
Nuestro historiador aprecia que cuando se aborda el estudio de Turner se halla el binomio frontera – oeste, como fenómeno que explica la formación del carácter norteamericano y la consolidación de la nacionalidad.
Jiménez considera significativas las diferencias entre las historiografías sobre los territorios hispanos producidas por historiadores anglos y las producidas por los hispanos.
Nuestro historiador concluye afirmando que la historia la hacen o inventan los historiadores, así cada generación o individuo escribe la historia que más le interesa; sin embargo, Jiménez asevera que la historia de los antiguos territorios españoles de los Estados Unidos debe mostrar un panorama más ajustado a la realidad histórica, intentando ver el pasado en su contexto global, sin miedos ni prejuicios.

ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES

El presente balance bibliográfico en torno a algunas lecturas hechas en torno al tema: “Fronteras, Borderlands, Periferias e Historiadores”, ha tenido por finalidad mostrar el debate entre lo que es considerado como temas viejos y nuevos para abordar el estudio de la historia de la frontera y también el estudio de la historia del oeste norteamericano.
Consideramos importante el estudio de la historia del oeste norteamericano para entender la nación estadounidense. A este proceso, de avance al oeste, algunos historiadores lo han tildado como “la conquista del oeste”, lo cual no es más que parte del “Destino Manifiesto”, de los Estados Unidos, agregando un mito más. Esta última afirmación nos lleva a un continuun porque para nosotros el famoso “Destino Manifiesto” significaría hoy, el mantenimiento de la hegemonía estadounidense a nivel mundial.
Nos interesa la reflexión en torno al término “frontera” como proceso y como lugar, en lo cual concordamos ampliamente con el Dr. Weber. Asimismo, creemos que en América Latina es necesario entender este término de manera más amplia, no sólo como una línea divisoria, sino como un espacio de interacción, a bien decir, como “fronteras vivas” que es el vocablo usado por muchos estudiosos latinoamericanos para definir el fenómeno de “frontera”.
Ahora más que nunca debemos preocuparnos por reflexionar en torno al vocablo “frontera”, pues nos encontramos en un mundo globalizado donde ya no podemos entender este término como línea divisoria. Se ha roto la “frontera fija” de los Estados – Nación modernos y nos encontramos frente a un Estado cosmopolita, en un nuevo orden mundial, lo cual nos lleva a replantear nuestras fronteras y a entenderlas tanto como lugar como proceso; si lo hubiésemos hecho años atrás no hubiésemos tenido tantos problemas limítrofes e inclusive guerras y tal vez seriamos una América del Sur integrada.

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* Yeni Castro Peña es Magíster en Estudios Latinoamericanos graduada en la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito- Ecuador). Estudió historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es Miembro Correspondiente e Investigadora del Instituto Panamericano de Geografía e Historia sede Perú.
Este trabajo fue escrito gracias a la motivación del Dr. David Weber, el año 2002.
E-mail: castro.y@pucp.edu.pe

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